miércoles, 5 de octubre de 2016

Premio del VIII concurso de glosas Naborí



 
Hombre y árbol,
de Olimpia Pombal



 



A partir del 2009, la filial del Grupo Ala Décima en San Miguel del Padrón, municipio natal de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, rinde tributo al poeta con el concurso nacional de glosas que lleva su nombre. En esta octava edición (2016) mereció ese lauro el texto Hombre y árbol, de la poetisa Olimpia Pombal Duarte (Remedios, Villa Clara, 1935), quien tiene publicados, entre otros, los libros de poesía para niños Con alas de seda (Editorial Capiro, 2004) y Diario del Zoo (Editorial Sed de Belleza, 2010). Es una fiel contertulia de La décima es un árbol, que conduce en Santa Clara Mariana Pérez Pérez, ganadora de este certamen en el 2014. Olimpia cuenta con numerosos reconocimientos en concursos provinciales y nacionales, entre ellos el de tema erótico en el XVI concurso nacional Ala Décima —premiado en febrero de este año— con su cuaderno Quiero que vengas ayer.




 




Hombre y árbol



El hombre es un árbol móvil;
el árbol, un hombre atado.
En la magia de la noche
se confunden hombre y árbol.
Los árboles viejos tienen
barbas como los ancianos
y son amables abuelos
de la brisa y de los pájaros.
No hay nada más parecido
entre el bosque y los humanos
que el esqueleto de un hombre
y el esqueleto de un árbol.

Jesús Orta Ruiz
(Indio Naborí)
Romance del árbol




El hombre es un árbol móvil
de fuertes y añosos brazos
que sueñan tocar el cielo
antes que llegue el ocaso
y el día olvide sus luces.
El árbol, un hombre atado
al tiempo que lo aprisiona,
mide los vientos y espacios.
En la magia de la noche
a veces se escucha un llanto;
lloran los troncos nudosos
la savia de sus reclamos,
y se esparce en verde luz
la hojarasca de un milagro.
Los árboles viejos tienen
oídos y ojos abstractos;
oyen y ven, como el hombre,
el deambular de los astros.
Igual que el hombre poseen
barbas como los ancianos;
arriba el cielo los guarda,
la tierra es su lecho abajo,
y son amables abuelos
que no convocan agravios
y no olvidan los contornos
de la brisa y de los pájaros.
Cuando el monte se despierta
siempre sucede algo extraño:
los sonidos se entrelazan
y el bosque es otro más grávido.
No hay nada más parecido
que las yerbas en un prado
y en un río el agua viva.
Entre el bosque y los humanos
hay una audaz semejanza:
sienten, sufren, son exactos,
y en la muerte, cuando van
del mundo al inmenso osario,
sólo importa que se funden,
da igual sembrar un presagio
que el esqueleto de un hombre
y el esqueleto de un árbol.