Ala Décima
2009
de Isbel Díaz Torres
Acuarela sobre cartulina de Roberto Camacho, inspirada en el presente texto y entregada al autor como parte del premio.
Epígono
Isbel Díaz Torres
Primer premio
IX concurso nacional
Ala Décima (2009)
JURADO:
Odalys Leyva
Argel Fernández
Modesto Caballero
EPÍGONOS DE ISBEL DÍAZ TORRES
Con la fuerza del ángel se levanta una voz lírica para adentrarnos en el fragor de su poesía que es a la vez el intento válido de recorrer la literatura cubana y las corrientes literarias que, desde el siglo XIX, han ofrecido su salud y la gracia de la singularidad.
Isbel Díaz, en su obra Epígono, hace un sondeo por las diferentes corrientes literarias, nombrando sus exponentes; en un tránsito por el romanticismo, el neoclasicismo, el barroco, el modernismo y el vanguardismo, de modo ascendente el autor, con una voz de alto fluido lírico, nos hace disfrutar de su pasión por las letras, nombrando a los verdaderos artífices de la literatura cubana.
En estos textos existe una preocupación del autor por el cosmos que lo rodea, desde su pasión por la vida, hasta su filosofía de la existencia. Se mueve por diferentes aristas o vertientes poéticas, el tema principal es el hombre desde sus adentros, se regodea en el erotismo, la pasión, el amor, la traición, el odio de los hombres, el sufrimiento existencial y el rumbo dialéctico de la vida.
Es un cuaderno en el que existen juegos lingüísticos, referencias íntertextuales, abundan las metáforas y el uso de símbolos se vuelve un solaz de definiciones de enfoque posmoderno. Aquí deviene como interrogante la eternidad, la vida y la muerte; pero desde el propio dolor de la voz lírica, en ningún momento deja de estar presente el yo, latiendo poema a poema y ofreciendo sus reflexiones y su estética de ver el mundo.
Para mí el poeta vive con intensidad la poesía, se coloca dentro del principal objetivo de su discurso, que es el de su compromiso como escritor, ese donde la crítica encendida busca soluciones. El escritor tiene una especie de sometimiento con la época, una prisión psicológica que le cuestiona su orientación literaria. El dominio emocional sí es un don superior que se necesita y es donde juega un papel importante la realidad que vive el poeta.
Aquí está la voz de Isbel Díaz. Recordándonos que nuestros enflaquecimientos nos llevan a transitar por imágenes que idealizamos, sin detenernos en la peligrosa objetividad crítica, y que lo más importante es escribir.
La vida de un escritor suele estar llena de matices y claroscuros, las sombras son importantes pero las luces más. “Poetas el humo es la cima del fuego.”
Amigo lector, venga a beber en las aguas de Epígono y confiemos en Isbel cuando nos dice: Sin altar tengo los cielos abiertos.
Miremos desde aquí sus futuros versos.
Odalys Leyva Rosabal
Epígono
Quienes minuciosamente copian a un escritor, lo hacen impersonalmente, lo hacen porque confunden a ese escritor con la literatura, lo hacen porque sospechan que apartarse de él en un punto es apartarse de la razón y de la ortodoxia. Durante muchos años, yo creí que la casi infinita literatura estaba en un hombre. Ese hombre fue Carlyle, fue Johannes Becher, fue Whitman, fue Rafael Cansinos-Asséns, fue De Quincey.
Jorge Luis Borges
Alegato del Epígono
Fundar algo entre nosotros, desde lo más humilde a lo más ambicioso, ha sido siempre una faena incierta.
Cintio Vitier
Decimoséptima Lección Lo Cubano en
Me inflaman los versos tristes de Heredia, Plácido y Luisa. Martí con su voz me atiza en el pecho los alpistes del amor. Me nacen quistes y se instalan en mi pluma. La palabra se me esfuma tras los versos de Florit, Ballagas en el cenit de su silencio rezuma.
La noche, lenta, baraja de la noche los regalos. Zenea juega los malos naipes contra su mortaja como un condenado. Baja rumorando hacia la orilla. Casal ofrece la silla a un verso que lo devora muy lento, como la flora de lo nocturno en su hebilla.
¿Si mis muertos no están muertos puedo sus nombres borrar?
¿puedo?
¿quiero?
Sin altar tengo los cielos abiertos, tengo un árbol sin injertos, ingrávido para el semen de mis sombras. A eso temen, (a esa sustancia) mis dardos, temen que en vez de leopardos prendan chispas que los quemen, prenda la efímera vela su pabilo en los dos polos: dos fuegos quemando solos un cuerpo vil, sin tutela.
¿Dónde martillo la espuela que desangre el Verbo Eterno? Sin Dios no existe el averno, sin averno, no hay dolor. ¿Qué ciudad fundo, Señor, qué ciudad, si no hay invierno?
Si no fuera por la nieve de Fina cayendo dulce... si no existiera quien pulse del polvo la orquesta breve -sólo Eliseo se atreve-... sin los finos animales de Lezama, sus modales...
¿dónde escancio mis botellas? ¿dónde bojeo las mellas de mis puños radicales?
Libertad. Sí. Albedrío. Pero no orfandad, ni miedo. No quiero evitar (ni puedo) decir “otro”, decir “frío”. Si el vocablo ya no es mío, míos sí son los ardores del poema, los olores que madrugan en mis lentes.
Siempre son Otras las fuentes: de Otros sean los honores.
Muros
Están los muros que están
y los muros que se ponen:
los hombres siempre disponen
muros con sólido afán.
Roberto Manzano
Ya se sabe, están los muros
donde el flamenco se incrusta,
está el muro que se asusta
con carteles claroscuros.
Los pozos de hidrocarburos
dictan murallas de pan.
Los blancos tejen su hilván
para advertirle a los negros.
Todos cavan –entre allegros–
muros con sólido afán.
Cavan muros que levantan
como una hostia podrida,
y no hay que dudar: la brida
no la tienen los que cantan,
la brida son pies que espantan
del trillo la luz, que imponen
un dique al chorro y oponen
al arcoiris el toldo.
Aunque salves un rescoldo
los hombres siempre disponen.
No son esos. No. Yo hablo
de otros muros más sutiles:
úlceras sin nombre, atriles
que soportan el vocablo
negador, que ven el diablo
en el Sí. Nos predisponen
a olvidar lo que suponen
que con razón olvidamos:
no hay distancia entre los amos
y los muros que se ponen.
Y están anclados adentro,
en la matriz musculosa,
tienen el rostro de diosa
razonable, y en el centro
tienen la muerte que encuentro
delgada y sin edecán.
Cuál es mi muro? No van
a develar su secreto:
antes que tú, por decreto,
están los muros que están.
Invocación al Padre
Hijo:
Siempre partir es la encomienda
Pedro Péglez
¿En qué espira la encomienda
de partir, se hace retorno?
¿Qué auriga, Padre, soborno,
que me conduzca sin venda?
¡No hay sirgador!
La contienda
de este viaje está en mis remos.
He de templar los extremos
peligros.
Las Soledades.
Debemos bordear al Hades
mis remos y yo...
¿podremos?
¡Ah, Padre, qué abismo el mar!
Sus espejos son infieles,
Dios no asoma ni con mieles,
ni con cirios.
La Polar
sólo me obliga a bogar
con más demencia hacia el Norte
– la tormenta va de forte
a piano, de scherzo a adagio –
Céfiro empuja al naufragio
y el barco, a que el viaje aborte.
Ya no esperan Vellocinos,
ni griales, ni aladas ceras;
mas si regreso...
¿me esperas?
No están Penélope... o Minos...
ya sé,
Padre, esos caminos
abandoné en mi partida.
¿Pero tú?
¿estarás con vida
o a la mar habrás nombrado?
¿Estarás, Padre, a mi lado?
¿Me darás la bienvenida?
Ícaro soy (sin sus alas)
del Sol tornando vencido.
La distancia a mi hogar mido
y me parecen más ralas
sus columnas.
Ruego a Palas
que me ayude a discernir.
Si el saber está en partir
¿debo remar hacia adentro?
¿o los tálamos del centro
están prontos a morir?
¿Debo olvidar la semilla
y poner proa al espacio
excitante,
menos lacio,
que me aleja de la orilla?
¿o debo vencer la milla
que en mi garganta comienza?
¡Esta pregunta es inmensa!
Recuerdo al Paria perdido:
el laberinto es su nido
mas sólo en el plano piensa.
ISBEL DÍAZ TORRES, nacido en Pinar del Río en 1976 y desde niño residente en Ciudad de
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