martes, 7 de agosto de 2007


Premio
Ala Décima
2003

Doce apuntes
de un náufrago
al inicio del milenio,
de Arístides Valdés
Guillermo



Doce apuntes

de un náufrago
al inicio del milenio


Arístides Valdés Guillermo


Primer premio

III concurso nacional
Ala Décima (2003)





JURADO:

Domingo Mesa Acosta
Frank Upierre Casellas
José Antonio Vilaseca


Ilustración de cubierta:
Robinson (óleo sobre tela, 80 x 60 cm)
de Carlos Rafael Vega,
miembro del Grupo Ala Décima.
(Obra realizada a partir del presente texto
para ser entregada a su autor como parte del Premio)




SEDUCCIÓN A PRIMERA LECTURA

Alguien, allá por la década de los 80, puso en mis manos un pequeño decimario titulado Canción de agua, del poeta tunero Renael González Batista. La lectura de aquellos poemas, frescos, inusuales, fue un deslumbramiento para mí, que por esos días intentaba salvar las distancias entre el mundo común y la magia de ese otro mundo donde se edifica el reino de la poesía.

Muchos años después -y no precisamente ante el garciamarquiano pelotón de fusilamiento, sino ante el presente cuaderno de Arístides Valdés Guillermo (Corralillo, Villa Clara, 1960)- me sucedió algo parecido, pero en esta ocasión el deslumbramiento fue compartido con los otros dos poetas que me acompañaron en la evaluación de las más de 40 obras que optaban por los premios en esta tercera edición del concurso nacional Ala Décima.

Este decimario nos sedujo desde la primera lectura, entre todos los conjuntos concursantes, y es que a pesar del hondo desgarramiento, del manifiesto pesimismo, del acercamiento del tema tratado a una realidad que es muy difícil de evadir y que de hecho nos abruma a casi todos, el poeta, mientras se desgarra con las miserias cotidianas, levanta a veces del piso su estatura casi muerta, y limpia cada porción del camino, sitúa la palabra en el lugar preciso, logra evadir las puertas comunes para luego saltar con todas las fuerzas del espíritu, y con tropos exquisitos, tocar otras alturas.

Doce apuntes… es en suma una obra muy bien concebida. La décima fluye como el agua que toma su cauce y sabe siempre a dónde va. El náufrago poeta, o el poeta náufrago, busca desesperadamente una tabla de salvación, examina su existencia y descubre que a veces la vida no es más que un laberinto.

Poesía profundamente existencial que trasciende y refleja en el espacio exterior sus circunstancias reales, proponiendo sus códigos al definirse y al definir una poética donde es casi imposible sustraerse a la interacción, a la idea de encontrar, en su aspecto simbólico, el notable poder de la palabra.

“La poesía acoge la décima porque la décima es poesía”, y si me apropio de este concepto del poeta César López, es para agregar a la presentación del cuaderno ganador del primer premio del concurso nacional Ala Décima 2003, que estamos, sin lugar a las dudas, ante un breve pero intenso poemario escrito en décimas que pone de manifiesto la excelente salud de nuestra estrofa nacional.


Domingo Mesa Acosta




Doce apuntes
de un náufrago
al inicio del milenio



A Yamil Díaz Gómez
y José Luis Serrano


Grato es morir: horrible, vivir muerto.

José Martí



I

Yo, buscador de la puerta
que anunciaba el paraíso,
levanto a veces del piso
mi estatura casi muerta.

Naufrago.
Me desconcierta
la luz que danza en la sombra.

Llego al índice que asombra
la eternidad con su paso,
e imagino que el ocaso,
ya inexorable, me nombra.


II

¿Qué hacer cuando, roto el pecho,
no fructifican afanes
y en la mesa faltan panes
y peces?
Duele ir derecho
a las penas que al acecho
de la vida percibimos.
Y sin embargo, sentimos
que ser hombres nos divierte
cuando aprendemos la muerte
cotidiana que vivimos.


III

Estoy desnudo en el agua.

Crecen las olas.
No encuentro
dónde asirme y en el centro
de algún camino desagua,
lastimándome, la fragua
que funde sombra y desastre.

Vierte una nube su lastre
sobre un sueño que antes tuve,
y no admite que otra nube
hacia la cima me arrastre.


IV

Algo inasible, sin forma,
urde flámulas y estorbos.

Vivir muriéndose a sorbos
no es vivir.
¿Podrá la norma
que los límites conforma
quebrarse un día?
Taimada,
blande la noche su espada.

¿Cómo evitar que en el vientre
del futuro sólo entre,
ya sin el hombre, la Nada?


V

Vivo el afán.
No hay descanso.
Hecho de lágrimas vengo
y en la casa que no tengo
hallo, a veces, un remanso.

Cierro los ojos: me canso
de ver montañas vacías.

Medran sierpes y herejías
junto al verbo que nos hizo,
y el sol, sin pedir permiso,
nos embriaga de utopías.


VI

Nutre una lengua su ariete
con dudoso regocijo,
y en la infancia de algún hijo
falta, quizás, un juguete.

Ya no hay remos.
Al garete
pasa un madero.
Me cubro,
con las pieles que lucubro,
del viento atroz.
Yo no quiero
derivar, como un madero,
por los mares que descubro.


VII

Alarga el cielo contornos
alucinantes.
No he sido
ni seré favorecido
por el azar.
Sé que hay hornos
ahogados tras los adornos
con que ilumina la espera
su máscara.
Desespera
saber que domar la prisa
no impedirá que la risa
en los labios se nos muera.


VIII

Huyo al fin de la ciudad,
de su balcón, de su puerto.

Ya se perdió en el desierto
el niño que fui.
Mi edad
se cuelga la soledad,
como una argolla, en su oreja.

Mutila un gesto la queja
de algún leño crepitante
y, aún con la cumbre distante,
la vida se nos aleja.


IX

Penumbras.
La noche afianza,
persistente, su entrecejo.

Hunde airosa en el espejo
su dardo azul la esperanza.

¿Dónde la luz?
¿Quién le amansa
la esquivez a una semilla
si el tiempo del hombre humilla
su cerviz ante la muerte?

¿Por qué una voz me convierte
cada sueño en pesadilla?


X

¿Será siempre la tristeza
mi otra mitad?
Reverencio
la elocuencia del silencio
que halla sitio en mi cabeza.

Gusto del aire.
La pieza
donde anochezco, seduce
con el llanto que produce
la soledad.
En mi frente
hay algo que, lentamente,
hacia el polvo me conduce.


XI

Estalla el trueno.
Conozco
su gravedad, su argumento,
y en la fábula que invento
cada minuto es más hosco.

Una voz que reconozco
sobre mi pecho retumba.

El rayo reluce: zumba
el viento por el cortijo
,
y yo sé que sólo el hijo
me hará escapar de la tumba.


XII

Ya sin la luz de la tienda
que impresiona con su halago,
paladeable como un trago
cae de los ojos la venda.

Ya no hay pasos ni habrá senda
para un afán entrevisto.

Ya junto al cuerpo que alisto
derrama el dolor su empeño.

Ya cuando sueño, si sueño,
sueño que apenas existo.


ARÍSTIDES VALDÉS GUILLERMO (Corralillo, Villa Clara, 1960). Médico. Por su obra poética ha recibido diversos reconocimientos. En el 2002 obtuvo mención en el concurso iberoamericano Cucalambé de décima escrita. Tiene publicados los poemarios Las puertas de cristal (1992), El príncipe de bruces (1997) y Esbozos con figura de muchacha (1999). Aparece en varias antologías.

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