Ala Décima
2005
Poema inconsciente,
de Freddy Laffita
Porque en mi ciudad hay pozos cerrados con recias llaves… Óleo sobre tela, 60 x
Poema inconsciente
Freddy Laffita López
Primer premio
V concurso nacional
Ala Décima (2005)
JURADO:
María de las Nieves Morales
Leonel Pérez
Karel Leyva
COLGADO DE
En el año 2000 tuve la oportunidad de integrar el jurado del concurso Décima Joven de Cuba, convocado por
Cinco años después, el concurso nacional Ala Décima me da el privilegio, junto a los poetas Leonel Pérez Pérez y Karel Leyva Ferrer, de premiar por unanimidad la obra Poema inconsciente, del talentoso y persistente escritor Freddy Laffita, así como la agradable tarea de prologarla.
Si entre los objetivos de un prólogo se encuentra, según creo, motivar al lector hacia la obra en cuestión, me alegra decir que en este caso dicha labor proselitista es totalmente innecesaria. “No me rodee la gente”, comienza diciendo el poeta y, paradójicamente, el público queda atrapado en las redes de una sucesión de imágenes imperativas y desgarradas. Y digo el público porque eso logra hacernos sentir Freddy con un discurso vivo, lleno de transiciones emocionales a la manera del monólogo teatral, donde las metáforas juegan a hacer crecer y decrecer el tono como si estuvieran respondiendo de antemano y con perversa exactitud a las sensaciones del que lee. Dice “…no tengo ríos/ para mi sombra…”, y el papel se inunda; dice “…hay dos truncas/ divinidades que sigo…”, y volvemos la vista; dice “…no puedo ser ángel, puerta…”, y abrimos la página para salvarlo y salvarnos con él.
No hay en Poema inconsciente devaneos estructurales, ni artificios. Tampoco las transgresiones formales que tanta frescura y originalidad aportan (aunque no en la totalidad de los casos) a la décima cubana actual. Freddy apuesta –y muy acertadamente- a la potencia explosiva de la palabra y propone una estampida de veinte décimas octosilábicas a puro pulmón, que contienen y desbordan al ser humano actual con todas sus miserias y esperanzas, sin necesidad de apelar a una envoltura más compleja. Abundan, sin sobrar y sin alardes de intelectualismo, las referencias culturales más diversas: al llamado del poeta acuden Whitman y Cellini, Judas y Vallejo, Dylan y Van Gogh, y una Virgen María tratada, al decir de Benedetti, “con irreverencia y gratitud”.
Pero no importa si el lector conoce o no a profundidad estas referencias, por encima de ellas el verso sacude y estremece, desviste dolores y desgarraduras que nos parecen propios y nos levanta en vilo hacia la búsqueda interior de un mundo al cual pertenecer.
Enhorabuena a Freddy por su merecido premio y enhorabuena también a quienes tendrán la suerte de enfrentarse a las páginas que siguen. Por mi parte le tomo la palabra al autor y escribo urgente: en estas décimas está el poeta dejando toda su sombra en cada línea para quedar junto al lector, inevitablemente colgado de la luz.
María de las Nieves
Poema inconsciente
Apague usted esa cruz.
Que me cuelguen de la luz.
Soy un paria. Escriba urgente:
yo quiero morir de frente
sobre la espalda del día.
Yo quisiera ser la fría
mañana que en París llueve.
Yo quisiera ser las nueve
y en los pechos de María
beberme la eternidad.
Quisiera sobrevivir
de pronto, reconvertir
el vino en agua, ciudad;
hacer de mi soledad
multitudes, o en defecto
ser el futuro perfecto
que se ha perdido en gramática.
Comprendan, pues, mi dramática
situación –sigamos recto-
y no me digan que hay cosas
prohibidas o en verso libre.
A quien de soñar me libre
le diré que hay caprichosas
verdades: yo he visto rosas
inútiles y jardines
donde lobos y delfines
respiran un mismo acento.
Allí vi a padre; iba lento
como dios a sus confines
majestuosos, donde yo
no puedo ser ángel, puerta
ni portero, ni esa muerta
cuchara donde llamó
tres veces mi muerte y no
le respondieron los grillos.
La muerte es blanca y sus trillos
se esconden en las navajas
de la luna, en las rodajas
limoneras con huesillos
de guitarra, en las mujeres
que hacen el amor los mayos
de cada mes, con los tallos
olímpicos y las eres
rarísimas. Ciudad: eres
lo que digo: débil, santa…
Porque tu calle amamanta
esta saliva de idiota.
Porque yo soy una gota
de la espina que atraganta
cientos de ahogados por el
velamen de los navíos.
Porque yo no tengo ríos
para mi leche y la miel
se ha marchado en sexo y piel
de bárbaros muy honrosos.
Porque en mi ciudad hay pozos
cerrados con recias llaves
enormes y guardan naves
donde viajarán dichosos
los niños, sin saber nada
de límites, ni del plectro
redondo con que el espectro
de sus dichas sin mirada
toca la tierra cuadrada
por mis cartabones rotos,
por mis controles remotos
sucios de luz y tinieblas.
Porque no es cierto que hay nieblas
ni Londres y doy mis votos
de que es cierto que París
no existe, sólo un reflejo
donde no llueve y Vallejo
escribe un soneto gris.
No existe el mundo. Beatriz
no hace falta en esta hora
crucial donde mi demora
puede ser determinante.
Ridículo ser, Andante
Caballero: ya tu aurora
viene, ponte el desayuno;
amárratelo, ve un rato
a comer de tu zapato.
Vendrá otra noche. Si alguno
llega a ser dos, ya es ninguno.
Pero lamerá la flor
de aguas y hormigas y Amor
le dirá: “Vente mañana,
cuando acabe tu ventana
su cruel dictado y error
tras error te dé la suerte
el manso beso de Judas”.
Porque sé también que sudas,
el Hombligo a cuestas. Fuerte
sudas hasta que despierte
tu cama y te traiga sueño.
Yo sé bien tu desempeño,
que eres hijo de tu madre
y que, por cierto, eres padre
de tu hijo; que en tu ceño
se ha posado una orillita
del abismo y que en tu luto
ha tropezado un minuto
de rencor. Hombre, medita:
la ciudad es infinita.
También Walt Whitman buscaba
con ojos malos y hallaba
salmos en el Mississippi.
Bob Dylan quiso ser hippie
y sin embargo cantaba
como un ciervo de metal
por sus alcobas y huía
de las ranas, porque había
que ser tan puro y fatal
como el hueco que el cristal
abre en las franjas azules
de los muertos. No deambules
como Van Gogh por la oreja
del cuchillo y silba, deja
la nieve a los abedules.
Tú besa, besa los pies
de la piraña, sé útil.
Besa bien, porque es inútil
besar. Por eso, después,
tendrás tu parte en la mies
y en el Gran Horno de Fuego.
Oh, Cellini: dadme un juego.
Soy un niño. Quiero un tanque.
Quiero hundirme en un estanque
de palomas e irme luego
por el verde escalofrío
de las madres, por la ropa
que era huérfana y la copa
del sombrero que no es mío.
Dadme calor y si hay frío
dádmelo a mí que soy pobre
como el invierno, que sobre
la cabeza llevo altura
cortada como criatura
de aceite y de agua salobre.
Yo quiero estar con el ojo
curvado del viento norte.
Yo quiero estar con la corte
mofándome de ser cojo
como un bípedo, estar rojo
y no ser sino esa franja
de jugo o aquella zanja
donde Lorca se comía
las uñas por la agonía
de no ser una naranja.
Quisiera ser, en sustancia,
dichoso, pero no quiero
para mi sino el postrero
disparo, esa fiel fragancia
de pólvora que ya escancia
charcos de sombra en la urdimbre
sin volumen y en el timbre
prodigioso de las aves.
Vienen días, l e j o s, g r a v e s…
Y quisiera ser de mimbre,
dejarme crecer la barba
como los dioses, ser ágil
aunque el tiempo -el tiempo frágil-
olvide que soy la larva
del tiempo. Ya el mundo escarba
con una pezuña triste
en los roperos, existe
materialmente, se oxida,
tiene madre, dice vida;
la asume como quien viste
su primer último traje
mientras yo canto canciones
sin morir, sin más razones
que andar de paso en mi viaje
por las galaxias. ¡Qué ultraje
ser poeta! Pero os digo:
hay células en el trigo
que no os conocen, hay nuncas
inhóspitos, hay dos truncas
divinidades que sigo
temiendo, siempre temiendo
como debe ser. Por tanto
no he dicho nada -soy santo.
Sólo dije, resumiendo:
Oh, padre, me estoy muriendo.
Cuál es mi culpa si sé
que a nadie importa mi fe,
si sostengo el aire grácil
porque morir es tan fácil
pero escuchen: quiero que
no me rodee la gente.
Apague usted esa cruz.
Que me cuelguen de la luz.
Soy un paria. Escriba urgente:
yo quiero morir de frente
sobre la espalda del día.
Yo quisiera ser la fría
mañana que en París llueve.
Yo quisiera ser las nueve.
Y en los pechos de María.
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