sábado, 1 de septiembre de 2007


Premio Ala Décima
en el IX concurso
Regino Pedroso 2004

Alegato del epígono,
de Isbel Díaz Torres




Desde el 2004 el Grupo Ala Décima entrega un premio especial al mejor poema concebido en décimas en el concurso nacional de poesía Regino Pedroso, que convocan anualmente el periódico Trabajadores, la Central de Trabajadores de Cuba, el Instituto Cubano del Libro y el Centro Nacional de Casas de Cultura.

En aquella primera entrega, mereció el lauro decimístico en el Regino Pedroso el joven poeta Isbel Díaz Torres, nacido en Pinar del Río en 1976 y actualmente especialista en Informática de la Dirección Municipal de Cultura en Plaza de la Revolución. A continuación, el poema en décimas entonces premiado.



Alegato del epígono


Fundar algo entre nosotros, desde lo más humilde a lo más ambicioso, ha sido siempre una faena incierta.

Cintio Vitier
(Decimoséptima Lección
Lo Cubano en la Poesía)



Me inflaman los versos tristes de Heredia, Plácido y Luisa. Martí con su voz me atiza en el pecho los alpistes del amor. Me nacen quistes y se instalan en mi pluma. La palabra se me esfuma tras los versos de Florit. Ballagas en el cenit de su silencio rezuma.

La noche, lenta, baraja de la noche los regalos. Zenea juega los malos naipes contra su mortaja como un condenado. Baja rumorando hacia la orilla. Casal ofrece la silla a un verso que lo devora muy lento, como la flora de lo nocturno en su hebilla.

¿Si mis muertos no están muertos puedo sus nombres borrar?
¿puedo?
¿quiero?

Sin altar tengo los cielos abiertos, tengo un árbol sin injertos, ingrávido para el semen de mis sombras. A eso temen (a esa sustancia) mis dardos, temen que en vez de leopardos prendan chispas que los quemen, prenda la efímera vela su pabilo en los dos polos: dos fuegos quemando solos un cuerpo vil, sin tutela.

¿Dónde martillo la espuela que desangre el Verbo Eterno? Sin Dios no existe el averno, sin averno, no hay dolor. ¿Qué ciudad fundo, Señor, qué ciudad, si no hay invierno?

Si no fuera por la nieve de Fina cayendo dulce... si no existiera quien pulse del polvo la orquesta breve -sólo Eliseo se atreve-... sin los finos animales de Lezama, sus modales...

¿dónde escancio mis botellas? ¿dónde bojeo las mellas de mis puños radicales?

Libertad. Sí. Albedrío. Pero no orfandad, ni miedo. No quiero evitar (ni puedo) decir “otro”, decir “frío”. Si el vocablo ya no es mío, míos sí son los ardores del poema, los olores que madrugan en mis lentes.

Siempre son otras las fuentes: de otros sean los honores.


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